lunes, 18 de enero de 2010

Urraca Miguel




Urraca Miguel es un pueblo que no está abandonado, no en la medida en que viven algunos y otros vienen en verano: entonces se llena de almas. Casi todos son las almas que se fueron, a hacerse capitalinos, aquí y ahora no son ni lo uno ni lo otro. No son los forasteros que por siempres erán desconocidos, pero casi. La gente cambia con los traslados, pierde la esencia, aunque de ésta poco se sabe.

Está al borde de una carretera que fue nacional, de Madrid a Ávila, y que se conserva como si desde el tiempo en que la Mesta la tomaba como una avenida de norte a sur en invierno, y al revés en estío, los cambios se hubieran producido por la acción tenaz del paso del tiempo , ayudada escasamente por la mano transformadora del hombre. La carretera es una línea rectilínea, de suaves repechos que de inmediato ofrecen el descenso, una ondulada visión placentera que muestra un asfalto herido por hielos y nieves. Poco discurrida por coches , se ve cortada en perpendicular en la mitad del valle por otra que une las sierras, de collado a collado. En las crestas se alinean los campos de molinos, que a nadie asustan por mucho que giren sus brazos.

Para llegar a Urraca Miguel hay que tomar un desvío a la derecha según se va hacia Ávila y subir por las estribaciones de la sierra. Poco se sube, la verdad, pocos cientos de metros de carretera que viene a morir en una mbocadura de callejas donde se forma una especie de mesetilla en la que el pueblo se afianza en tierra, raices de piedra hundidas con la tozudez mineral que, instalada por el hombre, ha encontrado el lugar para quedar por tiempo, un largo tiempo con vocación de eterno.


Alguien habrá, pero no se ve a nadie; estos pueblos ahora son reinos vacíos. ni una voz habita en este silencio; ni un paso susurra en callejas estrechas que discurren entre tapias heridas por la vejez malllevada, faltas del afeite de la cal, o el revoco. El silencio absoluto está hecho por pequeños sonidos que a fuerza de ser habituales llegan a ser imperceptibles. El bostezar de un perro, el vrujir de algo, un viento encajonado o una ventana que se abre y se cierra llevada por aquel. Silencio al fin, profundo y absoluto.

No tiene plaza, aunque ésta debe de hacer las veces, porque contiene la iglesia y una casa señorial. Es un espacio trazado por la casualidad que se abre mínimamente, no por reunir al paisanaje sino porque allí confluyen calles. Estas plazas hacen las veces de piedra clave de la construcción y se podría pensar que si desaparecieran, todo el ensamblaje de casas y calles se vendría abajo en un revoltijo. No hay un bar a la vista. Ni un lugar de acogida donde entrar a dar los buenos días. Las calles, en curvas caprichosas entran y salen del conjunto de casas para venir a dar al lugar, que además, para hacer más dificil la estada, presenta una pendiente grande e incómoda. Hay bancos de madera, faroles, una cruz de piedra y dos calles en cuesta.

En lo alto del campanario se sobrepone un enorme nido de cigüeñas. En la fachada de la iglesia, la placa tenía algo escrito, ahora sólo rastros que hacen ilegible lo que fuera. Una cruz de piedra señala el final de un vía crucis o recuerda a los muertos de un lado en aquella guerra civil que fue, por aquí estuvo, en toda esta sierra que fue frente durante años.

Un viejo aparece volviendo una esquina y queda mirando al forastero. Ambos lo hacen, curiosidad recíproca, sin asomo de disimulo. Al cabo, el saludo es obligado, y enseguida una corta parada del primero que es bien recibida por el otro. Hay en estos encuentros del azar una indecisa actitud que las palabras confortan.

- ¿De paseo?

- Pues sí.

- No encontrará a nadie por aquí esta mañana.

- A nadie he visto, solamente a usted.

- Yo es que salgo cada mañana.

- Pero, ¿hay alguien más?

- Alguien queda.

Señala al nido de las cigüeñas.

- Ya han salido.

- ¿Ya?

- Si, salen cada mañana. Se van por ahí.

- ¿De paseo?

- Será, sino, ¿donde?

El forastero tose con una blanda, cargada de flemas; es la irritación que le causa el fumar y que se agudiza cuando llega el frío del invierno. Por eso estos días no enciende la pipa más que una o dos veces al día, por tenerla en la boca y sentir el suave y tibio humo del tabaco. El viejo, cuando la oye, sonríe y dice:

- Esa tos…

- Si, es por el fumar y el invierno.

- A algunos de los que están allí les he oído yo ese toser.

Señala al recinto cerrado por una tapia que está añadido al cuerpo de la iglesia. Debe ser, piensa el Hombre del Prado, el antiguo cementerio, que el nuevo está en la parte alta del pueblo y se divisa desde allí mismo. Le parece una broma, si es que ha entendido bien, porque el viejo ha empezado a caminar y la voz se va con él mientras cruza la plaza. Arrastra los pies y eso es un estruendo.

- Pues venga, a cuidarse.

- Adiós – dice el Hombre del Prado.

- Con Dios – dice el otro, que llega ya a embocar la calle en que descansan dos perros.

Las fachadas de las casas que mantienen alguna prestancia, conviven con las ruínas de las otras, y entre ellas las coichiqueras abren su espacio, de altura reducida y con el orden de tejas hecho armonía. Por ese corredor estrecho embocarían antes las ovejas para pasar la noche dentro. Cae el Hombre del Prado que no ha oído un sonido de ganado, que la tierra es de eso, ovejas y vacas para carne. Algunos que se refieren al ayer ompreciso, dicen que en todo el pastizal que es la larga nacional, el bovino era incontable: ahora no, aparece disperso. En el próximo pueblo, Mediana, se encontrará al entrar con una hato de ovejas y eso le alegrará la vista: aquí no se ven, ni se oyen.

Despacioso, camina calle arriba hacia el coche. Una puerta de madera de mal pintados azules y verdes ofrece un toque de color, una declaración de modernidad, piensa con humor.


Calle arriba el pueblo se desvanece en la era, donde unos chopos forman un hermoso paisaje, un equilibrio visual para el espíritu. Toma un camino encharcado y sigue subiendo. Amenaza lluvia, el cielo se encapota cada vez más y la luz se apaga, aunque sean solamente las doce del mediodía.


NOTA AL FINAL: Al fijar la atención en la fotografía de la calle, con la casa blanca frente a la que toman el sol los dos perros, desvubre en el portón practicable de la entrada a una mujer, que invisible para él durante su visita, fue seguramente quien cerró la ventana al reparar en el forastero. Los habitantes se asoman a las fotografías, invisibles para los forasteror.

8 comentarios:

  1. Querido Luis, he leído tus dos últimos textos y me han gustado mucho, pero antes de que se me olvide quiero recomendarte vivísimamente una película, un documental titulado «El cielo gira», de Mercedes Álvarez. Estoy seguro de que te encantaría, seguro al cien por cien. Un abrazo.

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  2. Gracis Jesús, por tu recomendación. No dude que haré todo por ver el documental.

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  3. Luis, puedes descargar directamente el documental desde aquí, lo dejaré disponible durante una o dos semanas. Como la descarga es directa al archivo, que he subido a un disco virtual, en dos horas o tal vez menos la tendrás en tu disco duro. Que la disfrutes (pulsar sobre el enlace con el botón derecho y elegir la opción de guardar).

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  4. Gracias, Jesús. Ya lo tengo. Lo bajé de Rapidshare sin ningún problema. En cualquier caso, muchas gracias.

    Y lo he visto con atención. Claro, es desesperanzador para quien siente, ha vivido, añora, ese lugar y tiempo. Da igual, dice una, que venga el pan, porque nadie de su casa.

    Repito mi agradecimiento.

    Por cierto, que te he de pedir ayuda para un tema de los blogs. Lo haré por correo un día de estos. Pero te pido disculpas por adelantado.

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  5. De nada, Luis, a mí me gustó mucho y pensé que te gustaría a ti también. Sobre aspectos técnicos del blog, por supuesto que estaré encantado de prestarte la ayuda de la que sea capaz.

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  6. Hola Luis,

    Soy de Urraca, pueblo semidesierto, como bien dices, excepto en época estival, cuando se vuelven a oír las voces de los niños en la Plaza, porque si tenemos plaza. Esta a la entrada del pueblo, donde se sitúa también la fuente, punto de reunión al atardecer de los habitantes intermitentes de este pueblo.
    Gracias por tus palabras, los que somos de allí, aunque no lo habitemos de continuo, no queremos perder la esencia sentir que aún formamos parte de él

    Araceli

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  7. Oye que bonito escribes y me gustaron también mucho las fotografías, seguiré visitándote.

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  8. Confirmo lo dicho por araceli y agrego que la casa seňorial no es ni mas ni menos que la casa del cura

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