martes, 10 de noviembre de 2009

Sotosalbos








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Ahí están. Y El Hombre del Prado frente a ellas. ¿Quien contempla a quien? Es obvia la realidad, pero, ¿quien contempla a quien? Todo lo que se produce en la mente, es; no hay duda. En apenas cuarenta minutos, a una velocidad regular, se llega a la ermita de San Miguel de Sorosalbos. El pueblo está desierto, nadie, ni un alma por las calles, sólo el visitante y su sombra, y el sonido de sus pasos. Frente a la iglesia comprende tanta ausencia: están todos allí. El cincel los dispueso en una línea sobre el pórtico de siete arcos, cuatro de medio punto, tres ligeramente apuntados. Están todos allí. Pocos faltan: tejedores, músicos, carniceros, carpinteros, lavanderas, santos, monjes y guerreros. Tuvieron su tiempo, pero han quedado allí en este nuestro. Ahora basta con cruzar el arco de entrada de una puerta de elegancia depurada y entrar en el atrio, para unirse a los rumores del silencio.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Si llueve porque llueve..


Si llueve porque llueve, si truena porque truena, y este vendaval que azota el prado también; todos son los culpables de la mórbida tristeza. Blando, delicado y suave es la razón que da el diccionario RAE a la palabra mórbida; también que ocasiona enfermedad. Hay que quedarse con la segunda que es la primera, en vez de con la primera que es la segunda. Sólo son juegos de palabras a los que el espíritu anima. Pero es bien cierto que esta tristeza carece de tragedia y por lo tanto es mórbida. Es cierto, piensa el Hombre que ya no sabe a que es ajeno, que tampoco se trata de una tristeza matinal que haya saltado con él de la cama, sino que ha surgido en el mismo momento en que al mirar por la ventana ha vito que llovía, finalmente, y que una enorme ventolera agita los árboles del jardín y da en el suelo con las pocas hojas que quedan.

Amarillentas unas, rojas burdeos las de las hayas, que siempre tienden a diferenciarse, todo en ellas es diferente, porte, follaje y cimbreo vienen a ser las princesas de este edén sin jerarquías que este verano que ha pasado ha decidido doctorarse en malas hierbas, sufriera al principio varías heladas tardías que dieron al traste con la flor de los frutales y finalmente un mal aire, un misterioso mal aire que va de norte a sur o al revés, porque nunca se percibe cual es el malo, cruzó en diagonal el territorio y encarando el ángulo sureste de la casa pasçó por el corredor que queda junto al seto. El resultado ha sido que todas las hortensias orondas y orgullosas han perdido su follaje exterior, que parece quemado; arrasó asimismo las dalias y los geranios. ¿Quien será este mal aire? ¿O qué? En estas condiciones el jardín se une a ser un agente del fomento de la tristeza, mórbida, si, que no trágica.

Pocas tristezas trágicas ha vivido el Hombre del Prado, dos si se para a pensar. Murieron madre y padre, la primera cuando él tenía veinte años, treinta para el segundo. No puede recordar sus emociones de aquellos días, tampoco la desolación, si la tristeza pero no con un sentimiento vivo sino como un paisaje. La verdad es que nunca, escribe bien, nunca, se ha sentido desesperado, arrebatado por el sentimiento de la tragedia; desolado si, cuando murió Goyerri, pero esto sucedió cuando ya era viejo. Un día alguien le dijo que habían gente que en vez de tener ojos para ver y sentir, otros los tenían solamente para mirar. ¿Se refería a él?

Estas son las consecuencias de la climatología. Entre una tristeza plana a una alegría excelsa, discurre todo un registro emocional que tiene a alborotarse cuando va hacia lo segundo. El sol en el paisaje, su destellear sobre el mar o el dibujo de las sombras en el bosque, llegan a exaltarle. Se dice que es que siente la vida, no amarla que es otra cosa. O puede ser que si, porque si amar es exaltación, esta alegría del sol y de las cosas destelleando, lo es. Por los jos le entra en esas ocasiones un colmo de venturas que se convierten en el éxtasis de la contemplación.

Iría al médico a decirle que le preocupa que el tiempo lluvioso y ventoso le produzca una tristeza mórbida. ¿Y cómo se siente entonces?, le preguntaría el otro. Placenteramente, sería la respuesta. Entonces no le voy a recetar nada, siga usted así y si empeora vuelva a verme. Es lo bueno de la medicina, que hay frases que acaban con todo. ¿Que te ha dicho?, le preguntarían y la respuesta es clara: Qué estoy bien. Pero, ¿y la tristeza? Pues cosas del tiempo, o de la edad.

No ha venido a escribir en el teclado por causa de estas cuitas que no lo son, sino porque tenía la frase inicial. Hace un tiempo, preocupado por la demora en escribir el blog que antes recibía tantas regulares como frecuentes visitas suyas, decidió que era a causa de la primera frase. Si no la tiene no puede escribir, no importa que tenga un tema, o que piense que lo tiene, pero sin frase no hay nada. Es lo mismo que cuando se trata de escribir un poema, el primer verso es el grifo de la fuente del que manan los demás.

Si llueve porque llueve, le ha venido a la cabeza, o estaba allí y se ha abierto paso hasta el exterior, llamada la frase por la luz triste y mórbida, aunque puede que la luz no lo sea, y esto tendría que pararse a debatirlo consigo mismo, pero no tiene ganas, pero lo cierto es que la frase ha salido a la luz y le ha dicho que de esta no se escapa, que pues la tiene ha de escribir el post. Y ya lo ha hecho.

NOTA SOBRE LA FOTO: Andaba hace unos días por Alicante fotografiando personas, y al otro lado de la calle vió a las dos muchachas charlando animadas, con esa entrega alegre y divertida de ciertas confidencias. Las enfocó con la cámara y una le vió; en lugar de retraerse o girar la cabeza, esbozó una hermosa sonrisa de saludo.