San Agustín escribió que "la memoria es el presente de las cosas pasadas". Malraux dijo también que "lo importante de la vida es que se transforma en conciencia". Tomás de Aquino dijo que mirar atentamente las imágenes pintadas en las iglesias era "escuchar con los ojos". Lucrecio veía entre dos piedras en la calle, reflejada el agüilla sucia, "la honda grieta del cielo". Shakespeare hace exclamar a Machbet aquella enormidad de "Machbeth ha matado al sueño" y Calderón sentencia que "toda la vida es sueño y los sueños sueños son". Todas las frases, dentro o fuera de contexto, son solamente un punto de partida. Como referencia cultural se agostan enseguida, amarillean en un yermo sin sentido, como queda el campo en barbecho. ¿Qué importa adornarse de frases si lo que esconden es la misma vacuidad?
Un punto de partida hacia lugares insospechados. Detrás de todo hay un juego. Reuerda el del Prado al escribir esto su fascinación de joven cuando leyó El Juego de los Abalorios, de Herman Hesse.Todo parece un juego menos la vida villana de abajo, ladera abajo, a los pies del Castillo. Ese parecer se adorna de aislamiento. ¿Mirar es ver? Ya se sabe que no, pero, ¿mirar es ver? Y en cualquier caso, ¿ver qué? Recuerda el del Prado la fascinación que de joven sentía hacia las frases de los otros. Caminar con la mano de Camus en el hombro, o el guiño maléfico de Sartre en el oído, redimía de la inseguridad y cimentaba la subida al castillo. Sabe quien cita, piensan los villanos. Se trata del juego del apartamiento que en su solo enunciado ya anuncia la victoria, pues solo los que lo practican están preparados para jugarlo, y ¿quien querría renunciar a tal altura?
El de Aquino quería que quienes podían escuchar con los ojos, aprendieran el camino. No dijo leer con los ojos, que quedaba fuera del alcance de los tiempos, sino escuchar, porque todo el magisterio depende de la presencia del magister, que no siempre puede estar. Queda su voz en las paredes del templo, el gesto ampuloso de su brazo en la predicación es el del apóstol en la cena. Cpn cada frase un púlpito; delante un rústico. Tal vez en la soledad de la novena, escuchando con los ojos, resuena en el vacío de la nave el eco de la voz, amortiguada, apagada por la ausencia del que sabe, el único que sabe. Un eco como una impronta que es lo que queda en algunas paredes de iglesias. El eco, la impronta, la huella: la frase. Detrás de cada una, una intención y una lectura: un tiempo para pensar. Pintura eco, frase, memoria, antídotos contra el horror vacui de la vida, o del transitar por ella. Pensar, dar vueltas a las cosas o dejar que ellas nos bailen una danza de supercherías, o de certidumbres, ¿qué más da? Pensar... Y ¿que es pensar sino ordenar el caos?
Un punto de partida hacia lugares insospechados. Detrás de todo hay un juego. Reuerda el del Prado al escribir esto su fascinación de joven cuando leyó El Juego de los Abalorios, de Herman Hesse.Todo parece un juego menos la vida villana de abajo, ladera abajo, a los pies del Castillo. Ese parecer se adorna de aislamiento. ¿Mirar es ver? Ya se sabe que no, pero, ¿mirar es ver? Y en cualquier caso, ¿ver qué? Recuerda el del Prado la fascinación que de joven sentía hacia las frases de los otros. Caminar con la mano de Camus en el hombro, o el guiño maléfico de Sartre en el oído, redimía de la inseguridad y cimentaba la subida al castillo. Sabe quien cita, piensan los villanos. Se trata del juego del apartamiento que en su solo enunciado ya anuncia la victoria, pues solo los que lo practican están preparados para jugarlo, y ¿quien querría renunciar a tal altura?
El de Aquino quería que quienes podían escuchar con los ojos, aprendieran el camino. No dijo leer con los ojos, que quedaba fuera del alcance de los tiempos, sino escuchar, porque todo el magisterio depende de la presencia del magister, que no siempre puede estar. Queda su voz en las paredes del templo, el gesto ampuloso de su brazo en la predicación es el del apóstol en la cena. Cpn cada frase un púlpito; delante un rústico. Tal vez en la soledad de la novena, escuchando con los ojos, resuena en el vacío de la nave el eco de la voz, amortiguada, apagada por la ausencia del que sabe, el único que sabe. Un eco como una impronta que es lo que queda en algunas paredes de iglesias. El eco, la impronta, la huella: la frase. Detrás de cada una, una intención y una lectura: un tiempo para pensar. Pintura eco, frase, memoria, antídotos contra el horror vacui de la vida, o del transitar por ella. Pensar, dar vueltas a las cosas o dejar que ellas nos bailen una danza de supercherías, o de certidumbres, ¿qué más da? Pensar... Y ¿que es pensar sino ordenar el caos?