domingo, 24 de enero de 2010

Barcelona. domingo por la mañana

Lo bonito y lo feo

El reflejo del yo o del tú

El incio de la indiferencia

El corazón herido

Aire flamenco

Triste, triste...

Desde la ventana del hotel, el cruce Paseo de Gracia con Rosellón, húmedo y gris, se ofrecía como una vista sobre el deambular de indiferencias. Y lo mismo a pie de calle poco después. O al mediodía en el pequeño restaurante de tapas y vinos. ¿Quienes son? Puede uno encogerse de hombros sin prejuicios, está más allá de toda duda que son figuras situadas en el paisaje para la distracción. Pero si bien se piensa es más inquietante pensar en quien es uno para ellos. ¿Me miran? ¿Cómo me ven? O mejor aún, más preciso: ¿Que ven?

Es con el discurrir del tiempo, cuando se han convertido en imágenes fijas, guardadas en la memoria del disco duro, cuando empiezan a disfrutar de cierta familiaridad. No solamente por que se han recortado y ta vez ajustado luces y contrastes, lo que ya de por sí entraña una cierta convivencia, sino porque son las que han sobrevivido de una liquidación no exenta de dudas y dolorosas decisiones: se trata de no guardar todas las fotos que se hacen, sino algunas solamente. Es por algo más, por el hábito que tiene el hombre del Prado de mirar de vez en cuando su colección de fotografías y repasarlas, acodándose en la ventana de la vista de hoy y de la memoria. Cada una de ellas tiene un momento que se puede rememorar, un momento corto, el clic del disparo, o un momento largo, que es el recordatorio del paseo en su extensión, un momento hecho de momentos, unos detrás de otros. Por lo que sea se han vuelto familiares.

Siguen siendo lo que eran, no han construido historias sobre ellas, no se han adornado de significados ocultos, sino que se han apoderado de un gesto y una actitud que se refleja en el espectador. El coleccionista de fotografías puede acabar convertido en esclavo de pequeños arquetipos sugeridos por la mirada sobre la imagen. Cual si se hubiera producido una osmosis entre el actor y el espectador, aunque no se sepa bien quien es el uno y quien el otro, la muchacha que camina bajo el paraguas produce tristeza; el japonés que se detiene para consultar el plano un aire de estética flamenca; la pareja con la mendiga el equilibrio entre lo bonito y lo feo; la mujer que sale del restaurante parece que se enfrente a su yo que no lo es; la pareja sentada en el mismo sitio inician el largo camino de la incomunicación; y al hombre que lleva la mano al pecho parece que va a dolerle el corazón. Todo es incertidumbre, lo patético de lo incierto es que podría ser verdad. Y con todo ello, el Hombre del Prado los tiene cautivos en sus ficheros para sacarlos a la vista de vez en cuando.

Aquella mañana, desde la ventana del hotel, pensaba que había nacido y vivido a unos ochocientos metros de ese lugar que conservando la misma arquitectura urbana le resultaba ahora desconocido pero familiar. Era consciente de que para reconocer el sitio y rehabitarlo, debía apelar a la memoria, no al recuerdo de la arquitectura, sino al suyo allí, situarse en el lugar y convertirse en una figura en medio del paisaje urbano. Sobreponiendo las dos imágenes, el Paseo de Gracia volvía ser suyo. Mientras contemplaba el cruce tenía la sensación de que el único interés que podía sentir era aquel que le despertaban las figuras anónimas a las que haría suyas enfocando la cámara, acercándolas con el teleobjetivo y enfocando con la mejor precisión posible, que ya sus ojos tiene dudas, y presionando con el dedo índice de la mano derecha sobre el botón del disparador. Cada presión una captura; cada captura un secuestro.

Una pregunta sirve de colofón a todo lo escrito: ¿Y ellos? ¿Algunos de ellos le habrá visto a él? ¿Y cómo?

10 comentarios:

  1. No, no le han visto, el Hombre del prado no forma parte de este paisaje, además que la gente en Barcelona mira poco a los otros y demasiado a si mismos.

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  2. Francesc, defenso els barcelonins, són com tots els altres, jeje. Els prats i les ciutats es porten a dins...

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  3. Francesc, Julia: y ¿porqué no daros la razón a los dos? Además, que no todos son barcelonins, que encontré muchos forasteros, 0 ¿ya no lo eran? Y ¿quien no se mira a sí mismo? Pero la verdad es que son solamente, ya solamente, fotografías.

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  4. Cada día de mi vida despierto en ese paisaje que acabas de describir. Y ¿sabes? me siento una pieza más de la decoración activa de mi ciudad aunque no siempre puedo (por circunstancias) pararme a mirar a mi alrededor y eso me pesa.
    Saludos

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  5. Bioenvenida a este lugar, Olga. Gracias. Todos somos floreros de un decorado mayor que nos excede. Comparsas de una opera en un escenario en el que no somos espectadores. Eso creo yo, claro...

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  6. Alguna vez en algún viaje rápido a Barcelona me ha "tocado" el recuerdo de la infancia y me he ido a dar una vuelta de propio por el barrio de Berdún (V.F.); nací viviendo en la calle Valencia, pero nos trasladamos muy pronto a la montaña

    No tengo fotos, de hecho ni siquiera tengo cámara. Bueno, de hecho ni siquiera llevo móbil ni reloj; pero las sensaciones no han desaparecido, a veces es como un olor

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  7. Si, celebrador: las mejores fotografías son sensitivas, y se guardan en la memoria. Para mi, Barcelona es una luz. Y Madrid otra. Esa es toda su diferencia.

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  8. Conozco ambas ciudades. En una nací y viví mi infancia; en la otra, hice casi toda mi universidad, la mili, y me casé; de acuerdo por supuesto en esas luces muy diferentes pero alguna otra diferencia hay

    Creo que ahora que vivo fuera de ellas, me podría sentir bien en las dos pero con igual condición de tener el bolsillo bien cubierto.

    Nada, que me veo materialista, en fin...

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  9. Ya imagino a tu lente construyendo historias cuando venga a tierra mexicana.

    Abrazos Luis.

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  10. Clarice, no sabes las ganas que tengo.

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