miércoles, 23 de diciembre de 2009

La civilización perdida


Un corto trayecto de unos treinta kilómetros. ¿Había nevado allí?, ha preguntado Ana. Si, contesta, más bien ha delineado. Negro y blanco en perfecta armonía, lineal, geométrica. O ha sido un pastelero espolvoreado azucar molido sobre los macizos. Es un juego para la imaginación. Ariadna, que ha visto las fotos en Flickr le ha enviado un correo (¿porqué sigue negándose a llamarlo email?) donde le dice que le gustan porque "tienen un rollo medio romántico medio fin del mundo", y añade: porque el tiempo se ha detenido, no sé, me ha dado esa sensación. Mientras caminaba por los jardines no había un alma, apenas alguien, podría contarlos desde la memoria: una pareja de mediana edad que le ha pedido que les fotografiara; dos quinceañeras se tiraban bolas de nieve mientras una tercera trataba de tomar la foto con aquella en el aire; una pareja latinoamericana que deambulaban, iban sin aparente objetivo; un hombre maduro, de la misma edad tal vez que el Hombre del Prado, perdidos en los mismos pensamientos sería; cuatro mujeres (señoras) orondas que charlaban y charlaban entra exclamaciones de admiración. Frente al dorado efebo que monta un brioso corcel, una ha preguntado a las demás si sería de oro, y las otras ¿Pero vamos! !Mira que serás...! El corcel, inmóvil en el aire, llega desde la dimensión del tiempo muerto, un espacio habitado solamente por la memoria. Condenado a ese gesto para siempre.

Un hombre descendía solitario unas escaleras, más bien gradas, a lo lejos, casi disuelto en el tiempo detenido. Solo él se movía, lentamente. ¿Qué puede haber perdido en ese paseo solitario, en el que su persona es todo cuanto tiene? También mis pensamientos, diría si fuera el Hombre del Prado, y este lo comprendería: Claro, y ya es mucho. En el ámbito de estas gradas cabe decir y nadie más, que suena a multitud perdida. Nadie más eres tú y no otros, eres tú y ninguno.


Nadie más, ninguno, en este espacio que parece salido de un tratado de arqueología. Se trata, es evidente, de una civilización perdida. Alguno pensará que llegada desde otro ámbito, no quiere decirse que desde el pasado, sino desde un lugar de la memoria recreada y desde la imposible familiaridad del volumen y la superficie. Al fin, la geometria diseña los tiempos, los caracteriza. Poco tienen de humano estas dimensiones, se dice el visitante de ahora, ni estos espacios vacios, ni este equilibrio que es el placer más puro para la mirada. Si el tiempo pasado es un recuerdo, sea, de ahí viene todo. Falta la música, y por fortuna no hay sonido que se atreva con esta quietud, solamente sería admisible el zumbido del proyector en una sala vacía de un cinematógrafo. Si, eso sería posible. Una pantalla y un zumbido, un foco de luz tililando sobre las cabezas, las butacas medio vacía, o más de medio, que esta también es una civilización que se pierde, en sus cosas de siempre, que son en realidad tan breves.

Y al fin se abren las puertas de la sala inmensa y hay que dejar el lugar, volver al coche, dejar la bolsa con la cámara en el asiento de al lado del conductor, sentarse ante el volante y nada más, volver, al tiempo, hoy.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Uns de dos




Dos cosas, son cosas realmente, le llaman la atención. En un blog y con respecto a a un comentario sobre algo de Platón, alguien comenta que todo está zanjado. Nada más lejos de la idea del Hombre del Prado que hacer un juicio de valor sobre quien así expresa la seguridad que tiene en su propio pensamiento.

En otro blog acerca del libro de Tanizaki Elogio de la sombra, un comentarista afirma que un libro nunca será para él si no existe en papel y con cubiertas. Fácil es simplificar, pero el trnasfondo es ese.

Conviene, si que conviene aunque los lectores sean poco y amigos fieles, de esos que uno piensa que le van a perdonar cualquier responsabilidad, que quede claro que los blogs a los que se menciona de pasada, son de los diez o doce a los que acude una vez a la semana, y con cuyos autores cree tener una firme y sólida a la vez que etérea amistad. De ahí la confianza de citarlos, y de no relacionarlos con un link, porque no es ese el sentido polémico, que no existe, de estas líneas.

¿Zanjado? ¿Qué puede estar zanjado hoy en día? En este mundo pluri social, multi cultural, poli ideológico, donde toda construcción se aleja cada vez más pues está hecha sobre pilares más lejanos, del hombre, del individuo en singular, del que uno no sabe ya si existe o no, y tiende a creer que no, ¿que puede estar zanjado si no el absoluto derecho a la duda? No cabe entrar aquí en explicaciones sabias sobre lo que es o no, sobre la certeza o la incertidumbre. Basta, para entender el sentido de este post, entender el carácter reverencial que siente el hombre del Prado por los Platones y los Lucrecios, que en el mundo han sido, no solamente por lo que escribieron sino por el testimonio de su vocación pensadora.

Y yendo a Tanizaki, acostumbrado a hablar de este libro con algunos conocidos, tal vez convenga manifestar el asombro que casi siempre le asalta, cuando entiende que se interpreta el texto desde la nostalgia del autor por su mundo perdido, sin comprender que en su sentido dialéctico, la nostalgia es individual y hermosa, ¿que duda cabe?, pero el futuro es de la electricidad. Por resumir: ¿Vistonti o Bertolucci?

Y por eso, uno detrás de otro, dios nos libre de creer que todo está zanjado. ¿Qué sería de nosotros?, piensa el Hombre del Prado.

martes, 8 de diciembre de 2009

Cómo pasa el tiempo.


Casi un mes sin escribir un post. Lo mismo para entrar en el blog y leer los que suele frecuentar. Es demasiado tiempo, piensa. No es que no haya sentido la querencia de hacerlo, el impulso en el pensamiento y un hormigueo imaginario en las yemas de los dedos. Es simplemente que ha actuado por voluntad propia, encerrado en la corrección de los primeros trescientos folios de la novela, que más que un placer se ha convertido en una maldición. Cada cual tiene su Capilla Sixtina.

La vida alrededor sigue su curso. No sucede nada sino es lo de cada día. Se ha recuperado el paisaje de la costa porque se ha salido a caminar por la playa, a seguir la senda de los acantilados, a visitar el puerto de pescadores de Santa Pola al caer de la tarde y a contemplar, con asombro el sobrevuelo del mar de las gaviotas y la rebatiña que forman cuando desde la borda, por popa, los pescadores arrojan despojos. Ellas van cada tarde a recibir a los barcos mar adentro, y cuando llegan a la bocana, por encima de ellos y siguiéndoles, como un enjambre de moscas, están las aves, perdida la compostura, impacientes por el bocado de la cena.

Por la tarde los folios esperan. Decenas, centenares de adjetivos, son borrados sin misericordia. Y frases enteras. Párrafos. Todo lo que sobra en el texto son los flecos de la inspiración arrebatada. Alguien dijo que hay que escribir una primera versión como sale de dentro, sin la menor contención; después hay que volver a escribir. Y volver. Y otra vez. Lo barroco sin sentido es un absurdo, no conduce a nada sino al aburrimiento. Del lector, incluso del escritor que al corregir es lector. Una mecánica distracción lleva a leer sin corregir, pasar por encima de lo suprimible sin percibirlo. Hay que dejarlo entonces: ir a la cocina, calentar agua para el té, salir a la terraza y mirar hacia el mar. Volver a empezar, si la página no está emborronada de muchas tachaduras, al acabar de repasarla, es que no se ha hecho bien la tarea.

Hace dos semanas les visitó su hija en el bosque. Ella hablaba y hablaba en la cocina, de su vida. Hablaba de la pareja, de la necesaria lucha por mantenerla. Ellos dos la escuchaban arrobados. Hablaba desde casi dos generaciones por delante y parecía sabía: libre y sabia. Él sintió un mordisco de envidia. ¡Ah, si hubiera sabido! O podido. ¿Quién sabe? Miraba el rostro de la muchacha hablando sin parar y, fue cosa de un instante la transformación, dejó de ver a la muchacha que siempre veía para estar frente a la mujer de treinta y cinco años que es ahora. Son cosas que pasan de tiempo en tiempo. ¿Desde cuándo es ella para ti?, se preguntó. Desde ahora mismo.

Ahora deja de escribir, porque espera la playa, el camino de arena húmeda, endurecida, en el que se abaten las olas.