Un corto trayecto de unos treinta kilómetros. ¿Había nevado allí?, ha preguntado Ana. Si, contesta, más bien ha delineado. Negro y blanco en perfecta armonía, lineal, geométrica. O ha sido un pastelero espolvoreado azucar molido sobre los macizos. Es un juego para la imaginación. Ariadna, que ha visto las fotos en Flickr le ha enviado un correo (¿porqué sigue negándose a llamarlo email?) donde le dice que le gustan porque "tienen un rollo medio romántico medio fin del mundo", y añade: porque el tiempo se ha detenido, no sé, me ha dado esa sensación. Mientras caminaba por los jardines no había un alma, apenas alguien, podría contarlos desde la memoria: una pareja de mediana edad que le ha pedido que les fotografiara; dos quinceañeras se tiraban bolas de nieve mientras una tercera trataba de tomar la foto con aquella en el aire; una pareja latinoamericana que deambulaban, iban sin aparente objetivo; un hombre maduro, de la misma edad tal vez que el Hombre del Prado, perdidos en los mismos pensamientos sería; cuatro mujeres (señoras) orondas que charlaban y charlaban entra exclamaciones de admiración. Frente al dorado efebo que monta un brioso corcel, una ha preguntado a las demás si sería de oro, y las otras ¿Pero vamos! !Mira que serás...! El corcel, inmóvil en el aire, llega desde la dimensión del tiempo muerto, un espacio habitado solamente por la memoria. Condenado a ese gesto para siempre.

Nadie más, ninguno, en este espacio que parece salido de un tratado de arqueología. Se trata, es evidente, de una civilización perdida. Alguno pensará que llegada desde otro ámbito, no quiere decirse que desde el pasado, sino desde un lugar de la memoria recreada y desde la imposible familiaridad del volumen y la superficie. Al fin, la geometria diseña los tiempos, los caracteriza. Poco tienen de humano estas dimensiones, se dice el visitante de ahora, ni estos espacios vacios, ni este equilibrio que es el placer más puro para la mirada. Si el tiempo pasado es un recuerdo, sea, de ahí viene todo. Falta la música, y por fortuna no hay sonido que se atreva con esta quietud, solamente sería admisible el zumbido del proyector en una sala vacía de un cinematógrafo. Si, eso sería posible. Una pantalla y un zumbido, un foco de luz tililando sobre las cabezas, las butacas medio vacía, o más de medio, que esta también es una civilización que se pierde, en sus cosas de siempre, que son en realidad tan breves.