
Al gato de la fotografía no le hacen falta pensamientos más profundos que los de satisfacer su gusto por el sol con el acomodo confortable en un banquito de jardín. Visto desde una planta alta del edificio frente al mar al que se ha trasladado el hombre del Prado, además de solazarse con su situación, produce envidia. Será que un humano, de camino al anhelado lugar al sol que todos merecen, se ve asaltado por multitud de hechos que le influyen al llenar su cabeza de pensamientos turbadores. Aquella conciencia mejor de Schopenhauer, el estado de exaltación romántica en el que no hay acción sino superior existencia, la llevan los gatos a cuestas y la despiertan bajo un cálido sol, mientras que los humanos, a costa de enfrentar inocentemente la realidad ven como su oportunidad de caer en la plácida exaltación, si es que exaltación y placidez fueran compatibles, se aleja cada vez más a medida que más la ansían.
¿Es imposible eludir la realidad hostil? Este post se escribe como defensa de la angustia que el llamado Caso Gürtel produce día tras día, no solamente por la lectura de los titulares en prensa, sino porque una vez instalado en el conocimiento con su serie de cínicas inmoralidades imposibilita negándolo, recuperar lo plácido. Conocer tiene esa cautividad: se pierde la inocencia.
Hace escasas horas, un amigo íntimo, afirmaba ante el Hombre del Prado, que en el franquismo no existió como perverso lo que él no vió o aquello que él no percibía. Venía a decir que si él no sintió la necesidad de leer a autores prohibidos por el régimen, no tiene porque sentir aquella prohibición como algo maligno; también afirmaba que después de todo, si al cabo de los años un ministro pensaba que ya se podían levantar algunas prohibiciones, significaba eso que todo iba por buen camino. En aquellos tiempos aciagos, un amigo mexicano afirmba envidiar a España bajo el regimen del general, porque cuando las cosas iban mal económicamente, y se cita textualmente, "el abuelo metía la mano en su bolsillo y aportaba lo que fuera necesario". Tenía este individuo negocios en DF de cementerios privados, y piensa el Hombre del Prado, si este comentario no será en realidad un metáfora sobre la muerte civil: un extenso cementerio en vida que construía una conciencia mejor mas acá de la realidad en lugar de por encima de ella: una especie de metavida, en analogía con la metefísica.
Al Hombre Político, que quisiera ser gato y no puede, los acontecimientos le arrojan fuera del concepto que la expresión -vivir en la polis, habitar en la sociedad moderna- conlleva. Aislarse, lo que ya fue en un momento hecho al retirrarse al bosque y refugiarse en el prado, es ahora más imposible, porque no depende de la necesidad sino del empuje de lo otro, lo que desde fuera presiona. La palabra jubilación viene del hebreo, júbilo o ceremonia jubilosa quiere decir, y con ese significado pasa al latín y hoy en castellano quiere decir retiro plácido. Debería devolvérsele al Hombre Político, en ese momento de exaltación vital, la inocencia perdida.Queda por saber en que momento de la vida perdió aquella que el amigo mantiene, aferrado a su no ver, no saber, no sentir y al cabo aceptar por bueno todo lo que la historia pudiera tener por lo contrario.
Hubo un tiempo cercano en que le hacía feliz la presencia de Goyerri, el perrito fiel y leal cuya conciencia mejor era deambular por todas sus sensuales apetencias, entre las cuales no era la menor su capacidad de cariñosa compañía y silencioso acuerdo, pues aún en los animales que están ahi es el silencio afirmación. Desaparecido en lo físico el compañero, que no en la mente que le ve de continuo y lo percibe dentro, que es percibir en nostalgia y dolor, no queda sino aceptar la impotencia de la soledad.