jueves, 8 de octubre de 2009

La idea evanescente en el claro del bosque

Escribe Ortega en su prólogo a "El Collar de la Paloma":

Cuando se coincide al opinar sobre Fulano, se coincide en todo lo demás. También es verdad lo inverso. La coincidencia ni implica, ni siquiera prefiere, ser identidad de juicio. No se trata de que coincidan las ideas, sino las vidas. Nadie puede tener las mismas ideas que otro si, de verdad, tiene ideas. La idea es personalísima e intransferible. Cuando un pensamiento nos es común, corre grandes riesgos de no ser una idea, sino todo lo contrario, un tópico. El tópico es el lugar, el lugar común, el sitio en que los hombres coinciden tanto, que se identifican y se confunden, cosa que no puede acontecer sino en la medida en que los hombres se mineralizan, se deshumanizan. En su verdad, en su autenticidad, los hombres son incomunicables.


Cuesta no pararse en estas líneas, al Hombre del Prado le cuesta; a otros no lo sabe. Tal vez pasen de largo en busca de otras cosas que les produzcan ideas, o nada de eso. Es arriesgado no tomar en serio un prólogo de Ortega. Alguien dijo que muchos hombres presumían de tener ideas cuando solamente tenían ocurrencias. Aquí es todo lo contrario. Lo que aprendió de el bosque y de su aislamiento,-todo el bosque es un aislamiento en si mismo, una caverna para esconderse- es que una idea es evanescente con prontitud, como los sueños, que se pierden al instante de despertar, imposible aprehenderlos se desvanecen saliendo de la memoria. Pero si en esa celeridad tiende la vaga forma de la idea a perderse, el tópico por el contrario se mantiene firme en su posición, enraizado en lo que se sabe, pasa el pensamiento por él dejándolo de lado.

Un tópico es uno mismo, la imagen que se tiene de uno, la que se tiene del otro, la del tiempo en su pasado y la del futuro, que no es tiempo aún. Dios es también un tópico y según se mire, o se piense, es una idea. Tan enraizado está que pensar con sinceridad en su imposibilidad, ya le hace existir. Pues todo lo que se puede pensar es y de ello quedan las consciencias. Pensó en esto un día que se cruzó con un vecino del pueblo que le saludó al pasar: "Con Dios...", le dijo. "Adiós", contestó. ¿No era la misma cosa? Sobrevolaba Dios en el diálogo, y en su fe atea, el Hombre del Prado entendía la imposibilidad de prescindir de la idea de Dios, aún cuando fuera para negarla. No es una cuestión baladí, como tampoco lo es el amor o la generosidad o la entrega a empresas desmesuradas. ¿No es Dios una empresa desmesurada?

Este jardín que agoniza en el otoño, es también una idea. Para otros un tópico. Un amigo construyó un jardín y le negó el derecho a crecer; de buenas a primeras lo llenó de plantas como si ya estuviera acabado y ahí tuviera que detenerse. Al cabo de pocos años tuvo que arrancar árboles y matas para dejar que los otros vivieran en su ansia por crecer, hacerse, seguir su naturaleza. El jardín era, para su dueño, un tópico que poseer. Cuando lo tuvo suyo tuvo que destruir aquella idea inicial que se había convertido en imposible. Para el Hombre del Prado es una idea que sigue haciéndose, un espacio de aires y volúmenes vacíos que poco a poco van siendo ocupados hasta que un día, seguramente él no lo verá, llegará a ser otro jardín del que fuera el primer atisbo.

Cuesta reconocer una idea porque cuando deja de ser evanescente, crece y se modela a su aire. Toma derroteros por los que uno a lo mejor preferiría no transitar. "Todas las ideas son respetables" dicen algunos y generalmente se refieren a las ideologías, que son los monstruos en que se convierten algunas ideas, los jardines que crecen desmesuradamente. Lo respetable es otra cosa, el derecho a tener ideas cuando no son ocurrencias.

En el claro del bosque en que se ha sentado para leer un rato, ahora que la convalecencia le permite caminar e incluso ha dejado de lado los calmantes, tiene que bajar la vista al libro para volver al sendero que le ha de conducir a la relectura del libro de Ibn Hazm, ignorando cuanto tiempo le llevará sortear el prólogo de Ortega. Hay quien dice que lo mejor del filósofo madrileño está en lo escrito en sus prólogos. Puede que sea verdad...

4 comentarios:

  1. Quizá deberíamos recuperar a Ortega sin prejuicios.

    Me alegro de que puedas pasear plácidamente en el hermoso pero decadente otoño.

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  2. Tienes razón, Julia, pero es que no entiendo que clase de prejuicio puede haber sobre Ortega.

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  3. Conozco a Ortega, se podría decir incluso que aunque jamás tuve en demasía el feo vicio de la lectura, hasta lo he leido. Una persona de mi familia (anterior geneación) se entusiasmaba con él y con su "yo soy yo y mi circunstancia", claro que también le iba mucho la marcha del intenso y no solo subyacente elitismo orteguiano.

    Ni que decir tiene que lo que concierne a la palabra Dios no me impresiona ni me interesa, para mi existe un sentimiento al que asocio con la divinidad, y no porque sea verdad o mentira, sino porque yo lo hago así, ¿pasa algo?. En ese sentido hasta sería "creyente" y todo.

    Y en cuianto a las ideas ¿como prescindir de ellas teniendo en activo la potentísima "máquina de pensar", una máquina sin botón de off aunque algunos pretendan (y tal vez sea cierto para ellos mismos) lo contrario; eso sí, las ideas, incluso las, eem, más o menos propias, cambian, y cambian, y cambian.. En el fondo son unas "cachondas" de muchísimo cuidado, por supuesto mis respetos hacia ellas

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  4. Lo mejor de Ortega, amigo, es que resulta sumamente fácil leerlo, entenderlo y dialogar con él. Se convierte en un amigo.

    En cuanto a los egundo, ¿quien no es creyente? La cuestión que cada cual debe dilucidar, si quiere, claro, es en qué. Hay quien cree que no cree...

    Ah, las ideas, mejor que no tengan botón de ogg, como escribes en imagen muy acertada.

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