martes, 22 de septiembre de 2009

La levedad de la dicha

El dolor como límite. Pensar en lo epicúreo. La felicidad es la ausencia de dolor, de cualquier tipo: mientras se sufre no se puede ser feliz; ni dichoso, que no es la misma cosa.

Este dolor que inmoviliza al Hombre del Prado es benévolo, compañero malhumorado dispuesto a renunciar a su imperio en cuanto las condiciones del cuerpo vuelven a ser las que deben de ser: la espalda apoyada en cojines, el brazo arrebujado en el costado, un pañuelo por cabestrillo y relajación mental para no aspirar al movimiento continuo al que conduce la inquietud. Puede uno moverse, ir de aquí allá, pero no más de un minuto porque entonces avisa como el tutor pendiente del niño: ¡que te sientes, he dicho! Igual que un pescozón, pero más lacerante, en el omóplato, en la parte alta del costillar.

Aparece el sufrimiento pero el cojín blando y adaptable a la espalda lo borra en instantes. ¿Se comprende la felicidad entonces? Claro que sí, es justamente eso. Y mientras tanto el jardín se ofrece, un espacio de él, lo suficiente, para convertirse en el del Edén, transformación ante los ojos que abandonan las páginas del libro para ensimismarse en dalias y crisantemos que se enseñorean del aire con su color. Los jardines conventuales repetían la idea del Jardín como paraíso terrenal y desde el claustro podía uno ensimismarse en esa reproducción de la naturaleza perfecta: el jardín cerrado, el propio espacio de la vida más plácida. A veces los ojos son felices, piensa el Hombre del Prado, parecen independizarse del resto del cuerpo y se llenan de algo así como dicha, un íntimo y feliz sentimiento, como si fueran capaces de entender que no son sólamente trasmisores sino los primeros en disfrutar de la visión más benéfica.

Samuel
N... contaba ayer la opinión de un amigo: o se es rico o lo mejor es retirarse a un convento. Rieron ambos ante el diletantismo extremo, o el esnobismo, del padre de la frase, que es además un hombre rico. Siendo rico puede uno despreciar muchísimas cosas, la humildad es barata; la que es cara es la del pobre, tanto que a veces es incluso humillante. El Hombre del Prado dijo que lo indicado para la felicidad es la dorada mediocridad, aquel estar de Horacio, por el que un buen pasar con lo justo, la justa ambición, es el todo a que se debe aspirar. Otra vez lo epicúreo.

Entonces, este dolor lacerante que se controla, los calmantes ayudan naturalmente, y cesa en cuando se alcanza el reposo, ofrecen el límite del territorio al que no se debe entrar. Cada día un poco más de movimiento, el arco de la mano es más amplio, el teclado está ahora al alcance de diez dedos, la butaca frente al jardín recibe el sol a través de la cristalera, la luz es una bendición y el leve, apenas una huella del dolor que permanece en el hombro recuerda al Hombre del Prado la levedad de la dicha.

9 comentarios:

  1. Me alegro poder leer tu mejoría y tu lucidez horaciana no perdida.

    Cuanta razón tienes al decir "Siendo rico puede uno despreciar muchísimas cosas, la humildad es barata; la que es cara es la del pobre, tanto que a veces es incluso humillante"
    Saludos

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  2. ¿Y me consideras simplón?, a ver, la felicidad no es la ausencia de nada, no, no es tampoco la ausencia del dolor; la felicidad es "algo" por si misma, en puridad un sentimiento. De hecho, existe (como mera posibilidad) la posibilidad humana de sentirla aun en situaciones muy desfavorables

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  3. Petrusdom: Horacio y ciertas pinceladas de epicureismo han sido, desde hace muchos años, un refugio amable.

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  4. Amigo: ¿cómo voy a considerarte un simplón? Pero yo distingo entre felicidad, que es calidad de vida y dicha, que es emoción sentimental o espiritual. Feliz es aquel que carece de lo que produce sufrimiento, sea porque se adapta a lo que tiene o porque no sufre el dolor por su ausencia. Para ser feliz hay que estar preparado y esperar a que la naturaleza te trate bien y en eso coincido contigo en en tus últimas dos líneas.

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  5. La experiencia me demuestra que ser pobre sale muy, muy, muy caro, podría poner varios ejemplos pero tampoco es el caso; a pesar de ser rica, sólo de espíritu, no me veo llevando una vida monacal, esa a la que, en parte, te ves obligado por una furia de yegua...déjate de muestras estoicas y utiliza los calmantes, siete costillas rotas son demasiadas. Un abrazo virtual, los otros son demasiado dolorosos en estos momentos.

    Besos para Ana

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  6. Gracias, Ana querida: tomo los abrazos, lo monástico es circunstancial y la paciencia por ahora se mantiene...

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  7. Hombre, que ser simplón está pero que muy bien, era una frase "retoricona"

    Hay toda una serie de escuelas filosóficas (se las llame como se las llame) que inciden en lo que sostienes, por ejemplo, sería (sin ser propiamente una filosofía) el paradigma del budismo: Dejar de sufrir aunque eso signifique dejar de existir

    Si a ti te vale así, pues ¡perfecto!; no obstante recuerda un hecho físico (para nada filosófico) y es que no se saca a pozales la oscuridad de una habitación

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  8. Francesc: no tengo la menor idea, pero inventó lo de aurea mediocritas, que era un atisbo de una clase media relajada y paciente.

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