domingo, 2 de agosto de 2009

La fe, el dentista y el pater

Escribe Kung en el libro El Judaísmo (Editorial Trotta), un párrafo que por sí solo justifica meterse en el berenjenal de leer las casi 600 páginas de este análisis sobre una de las tres religiones del libro, que concierne en todo a las otras dos; análisis que se refiere también al "Pueblo de Dios", que asimismo es concepto común del cristianismo y del islam. La frase dice así:
En toda la Biblia se entiende la fe... no como un "tener por verdadero" lo indemostrable, sino como una confianza inquebrantable en una promesa irrealizable por medios humanos, como fidelidad, como fiabilidad, como "amén"
No puede el Hombre del Prado meterse en estos asuntos de la fe con la seguridad de saber salir, ni siquiera airoso, ya que confía poco en sus capacidades; pero le salta a la vista, y se lo confirma el Diccionario Etimológico Latín-Español, que fe es confianza y no creer sin ver. Si no existe una confianza en alguien, otro, dios, la fe religiosa no puede extender su red de certezas. Como éste párrafo se inserta en el suceso de Abraham y la orden de Dios de sacrificar a su hijo Isaac, orden que finalmente revoca pues no es otra cosa que una prueba para ver hasta que punto el patriarca "confía" en aquel al que tiene ante sí, que tiene una entidad y le habla, la confianza que es la fe se evidencia como la confianza en el otro que está ante él.

Mircea Eliade, en su sorprendente y para quien esto escribe fantástico Mito del Eterno Retorno, inserta el hecho bíblico en la costumbre entre las sociedades de la época y lugar en practicar el sacrificio del primogénito como una forma de realimentar a dioses agostados por los beneficios concedidos a los hombres en ese perpetuo ciclo de retorno al inicio, el suceso adquiere a los ojos del Hombre del Prado un carácter menos salvaje de inhumano de lo que en un principio y ateniéndose uno a la simple lectura del pasaje bíblico pudiera parecer.

Volverá probablemente en algún post de este blog al tema de fe igual a confianza antes que aceptación ciega, pero para dejar lo expuesto claro baste un ejemplo: un padre tiene fe en su hijo no porque "crea" en su rectitud moral, sino porque confía en que es portador de esa rectitud. El matiz, probablemente, sea producto de la neurosis intelectual del Hombre del Prado, pero en función de ella, le parece sumamente importante como para aplicarlo al lenguaje. Son los descubrimientos mínimos de la vida.

Hace unos días, en el dentista, en el que cabe confiar para ir, que si no se iría, cuando sucedió un hecho que es solamente anécdota ligera y graciosa, pero que en el fondo está teñido su contenido de cuanto hasta aquí se ha expuesto. Las visitas al cirujano maxilofacial, titulación más terrible aún que la simple de dentista, como a cualquier otro médico a los que asiste con regularidad, va siempre acompañada de uno o dos libros de bolsillo: la espera se hace más grata, el tiempo discurre oculto y uno se distrae sin pensar en la anestesia dolorosa o la angustia del esfuerzo por conseguir la extracción. En este caso uno de los dos libritos era El Ocaso de los Ídolos de Nietzsche. De la relectura de este autor tiene parte de responsabilidad Gregorio Luri, que en una tarde apacible en la cafetería del Palace de Madrid, se explayó en el placer que causa releer a un autor al que se suele haber leído en la juventud y al que se cita a menudo en la vejez.

Una figura oscura se sentó junto al del Prado y fijó su atención en la portada del libro tratando de leer el título. Era un sacerdote joven, hombre de cuidada apariencia, bien peinado y sobria y elegantemente vestido con un terno casi negro, camisa gris marengo y alzacuellos impecable. Su rostro mostraba un distante tono irónico, casi media sonrisa apenas esbozada: el del Prado pensó para sí que estaba ante un futuro cardenal, tan romano le parecía, tan inserto en la exquisita forma de la administración eclesial.

Nietzscha, caramba... - le dijo. ¿Lo ha leído usted?, preguntó quien esto escribe.Si, claro, para añadir de inmediato, tuvo serios problemas con las mujeres y con la Iglesia. La respuesta parecía obligada: Yo creo que casi todos los hombres tienen problemas con ambas, yo mismo... Se echó a reir el joven sacerdote. Claro, claro... Le sugiero que lea la primera encíclica del Papa Benedicto XVI. Y el lector: ¿Por...? El sacerdote: Es una respuesta a Nietzsche. Dijo l Hombre del Prado que por el momento prefería responder al filósofo alemán él mismo. No mencionó que sí había leído aquella encíclica llevado por la curiosidad. Hay, siguió el sacerdote adoptando el tono doctoral que probablemente estaba buscando desde el inicio de la conversación y en el que llevado por la naturaleza de su oficio debía sentirse cómodo, otros muchos filósofos más convincentes. Esperaba la pregunta consiguiente y el del Prado picó el anzuelo: ¿Por ejemplo? Instalado el joven un territorio que rayaba en lo confidencial como cabe esperar de quien se maneja bien en estos diálogos, esbozó un gesto vago con la mano en el aire... Por ejemplo, Zubiri. ¿Qué le parece Zubiri? Que le costaba entenderlo, que le interesaba poco, que le resultaba árido y lo que era lo más importante, que leer a Zubir sin la angustia de creer en Dios o de aspirar a creer en Dios, le parecía superfluo, contestó. Buscar a Dios nunca es superfluo, musitó el joven... Toda búsqueda resume una necesidad, afirmó el del Prado. Verá, siguió el joven sacerdote, a Nietzsche se le lee para rebatirlo porque se está en el camino de la fe, o para darse fuerzas de convicción porque se ha abandonado ese camino. ¿A quien más le gusta leer? Citó varios nombres, la lista era corta; a cada nombre el sacerdote esbozaba una sonrisa y el gesto airoso y ligero de apartar en el aire aquellas presencias del lenguaje. Es el camino que aparta de la fe, cada uno de ellos un poco más lejos... Si se desanda se puede llegar de nuevo al punto de partida y seguir otro.

No hubo respuesta posible porque la enfermera llamó al lector de Nietszche al interior de la consulta. La realidad se impuso y debía encaminarse a la extracción de dos piezas dentales. Al levantarse y recoger libro y bolso de mano, se volvío al sacerdote que había abandonado a su vez su asiento: Ha sido un placer, le dijo tendiéndole la mano, Luis Rivera, lector... Y el otro: Juan M..., Pater.

12 comentarios:

  1. Dios y los hombres y Voltaire, a quién he mencionado brevemente hoy por duplicado por la cosa bilingüe. Dicen de que la fe mueve montañas, por eso quizás las montañas estan quietas. Pero si he recordado a propósito de Federico Nietsche un pequeño poema de Joan Oliver Pere Quart:

    "Déu li ordena que elimini
    al fill d'una coltellada.
    Els caps dels camps d'extermini
    eren també gent manada"

    un abrazo

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  2. Francesc: el mito de Abraham parece insertarse mucho más en un contexto normal (independientemente de la veracidad del diálogo con Dios), a partir de los usos y cosrtumbres sacrificiales de la gente de Ur.

    El tema está en que este Dios renuncia al sacrificio.

    Por lo demás, corro a leer lo que omentas acerca de Voltaire.

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  3. Es curioso ese desprecio de Nietzsche, un filósofo que ha pensado la fe con mayor profundidad que nadie en nuestro tiempo. Descubrió que el hombre es el animal que se cree hombre y en este creerse lo que no es está su naturaleza.
    Mira... me has dado argumentos para un post.

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  4. Luri: nada me alegra más que darte un argumento para uno de tus posts.

    El futuro miembro de la Curia con el que me encontré en el dentista coincidía, según he podido comprobar, y muy para mi pesar, con algunos matices del bueno de Kung. Se diría que construyen con él una piedra de escándalo, o que en él reconocen al auténtico adversario.

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  5. Rivera:
    No sé si entiendo el matiz que propone:
    "Un padre tiene fe en su hijo no porque "crea" en su rectitud moral, sino porque confía en que es portador de esa rectitud."
    No veo ninguna diferencia, la verdad.El padre confía en que su hijo se portará rectamente,lo que no excluye la duda, el pensar que quizá se porte mal.
    La Fe dogmática del catolicismo, es, como tantas cosas en él, una pura abstracción verbal inventada por la clerecía.No hay acto psicológico equivalente al tener por cierto-cosa que compete al ver- "iuris et de iure"(sin admitir prueba en contrario)mediante la pura voluntad desnuda.
    Es otra absurdez como la transubstanción, etc.
    Nadie jamás en la historia ha tenido ni tendrá la capacidad de realizar ese acto contradictorio y absurdo.
    Por otra parte, ya he oído varias veces que los judíos no "necesitan la fe".He tratado con muchos por mi trabajo, y claro que la necesitan.Confiar en EL o YAveh -que será un buen padre y cumplirá sus promesas-, supone creer que ese tipo es algo más que un ente de razón o imaginario.Y varios de los judíos que conozco han concluido que es una criatura imaginaria, mientras que otros creen que existe.

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  6. Dhavar: yo creo que entre "creer" y "confiar" sí hay un matiz, sobre todo en el hecho religioso.

    Uno puede creer en una abstracción, pero no puede confiar en ella. Abraham no cree en Dios, sino que confía en él. No le hace falta creer pues lo tiene delante. Confía en él pues le está pidiendo algo que, aunque no fuera una salvaja en aquellos tiempos y lugares, si era cuando menos doloroso.

    En cuanto a los judios y la fe, aquí hay tantas variedades como personas. El judaísmo no es en sí un bloque cerrado de creencias, actitudes y comportamientos, sino como en cualquier tipo de religión o ideología, una mezcla variopinta que en este caso tiene un sentido: está dirigida a mantener la existencia del pueblo jundio como entidad identificada por sí misma.

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  7. "fe igual a confianza antes que aceptación ciega" Totalmente de acuerdo. He pensado en ello muchas veces.

    Sobre Nietzsche no comento, no he profundizado lo suficiente para hacerlo. Pero muy de acuerdo en esto: "Dijo el Hombre del Prado que por el momento prefería responder al filósofo alemán él mismo" Esa es la única respuesta posible, no la que ya te dan masticada para tragar sin más.

    Interesante blog. Saludos

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  8. Rivera:

    Para confiar en Dios, primero hay que creer en él.Y Abraham jamás lo tuvo delante - no más que cualquier otro mortal con cualquier dios.
    Como creía en `El, y `El no era un mero concepto sino un ser personal, además confiaba en él.
    Y, si algo atestigua la Torah es la desconfianza constante,casi patológica de los Judíos con respecto al cumplimiento de la promesas de `El - y luego de YHVH, Moisés incluído.
    Sí, sé que es muy variopinto el Judaísmo - hasta tienen panteístas.A lo que merefiero es a esa peculiar idea de que ellos no necesitan creer que existe YHVH, a diferencia de los cristianos.

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  9. Elvira: gracias por tu visita y por tu comentario.

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  10. Pero Dhavar, no se trata de un debate (no por mi parte) sobre el judaísmo, sino sobre una opinión de kung, que como bien sabes es católico, sobre la fe.

    Por otra parte, disiento de ti, ya que el texto bíblico narra un diálogo entre dios y Abrahám. No me interesa la verdad absoluta, sino lo que emana del texto. La confianza de Abraham en dios venía dada por su presencia.

    Y en tercer lugar, no debemos olvidar que el cemento con el que el pueblo judiío se ha conservado, ha sido justamente la tradición conservada por los rabíes. Y esa tradición se asienta en la religión, lo cual convierte a esta en puramente funcional de cara a un objetivo: la autoconservación de la identidad. De aquí que creer o no creer sea más importante para unos y menos para otros, pero guardar la Torá y la Misna es la garantía de su existencia.

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  11. Rivera:

    ¿Realmente crees que los Judíos, conscientemente, a todo lo largo de su historia, han considerado su Religión como simple medio para su fin verdadero, el sostenimiento de su identidad nacional?

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  12. Dhavar, para el sostenimiento de su identidad nacional no lo sé, que eso es muy moderno. Pero como la argamasa que cimenta su convicción de que son el pueblo elegido, y que deben permanecer unidos más allá de todas las diasporas, si.

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